5 dic 2011

DE LAS MEMORIAS DE UN GUERRILLERO.

12 de diciembre de 1989

Versión para Imprimir

Dagoberto Gutiérrez

La brillante ofensiva militar de noviembre de 1989 había sacudido los cimientes del poder del régimen y el ejército guerrillero del FMLN había demostrado que una solución militar a la guerra solo era posible en el largo plazo, y probablemente exigiría una intervención militar directa de los Estados Unidos.


Los combates de noviembre pasaron con sus pasos de acero y tras once días de combatir en Ciudad Delgado nos movimos hacia el volcán de San Salvador. Fue una noche larga, de perros nerviosos y aulladores. Y la larga columna guerrillera salió por la Colonia Guardado rumbo al volcán. No estábamos cansados de combatir pero dejábamos en los combates de Delgado, las vidas preciosas de Rudi, el lanza cohetero luminoso, y de Ende, veterano combatiente. Delgado había sido nuestra escuela, ahí aprendimos lo necesario para el combate en la ciudad, y habíamos mantenido intactas nuestras líneas. También cultivamos el respaldo de la población. Ahí nos enteramos del asesinato de los sacerdotes jesuitas, el 16 de noviembre. Y ahí supimos que nos equivocamos en la planificación cuando supusimos que el ejército no bombardearía Ciudad Delgado por la gran población civil del lugar. En efecto, los criminales bombardeos exigieron que la población civil saliera para salvar sus vidas, y los guerrilleros quedamos combatiendo en un pueblo abandonado por sus habitantes. Esas noches eran plenamente silenciosas y los ruidos se movían en silencio de esquina a esquina. Las noches oscuras eran movidas por un fino vientecillo que levantaba tímidas polvaredas.


Salimos después de las 6:00 de la tarde y llegamos a los primeros cafetales del volcán a las 11:00 de la mañana del día siguiente. Toda la ruta estuvo tranquila, pero la marcha fue, como todas las marchas, cuidadosa, planificada y silente. No subimos mucho el volcán porque nos dirigíamos al Hotel Sheraton a apoyar a las unidades guerrilleras que lo ocupaban. Sin embargo, al aproximarnos al área urbana, aledaña al hotel, nos dimos cuenta que el ejercito ocupaba las instalaciones y que la guerrilla ocupante se encontraba detrás de nuestras líneas y arriba de nosotros, en el volcán. Esa mañana fue tensa porque unidades aéreas del enemigo parecieron detectar nuestras posiciones, y se inició un fuerte operativo aéreo buscando ubicarnos y atacarnos. Cada combatiente se aferró a los pequeños plantíos de café, casi fundiéndose con la planta, y confundiendo el verde del uniforme con el verde del cafeto, mientras los helicópteros, como buitres hambrientos buscaban nuestra ubicación, afanosa y fallidamente.


Ese día se inició una fuerte experiencia de grandes unidades guerrilleras operando en el volcán de San Salvador. Hasta ese momento nuestro teatro de operaciones había sido el cerro de Guazapa, donde conocíamos cada recodo del camino y cada árbol y cada roca, y cada garrobo y cada hoja de los arboles, y en donde teníamos, además, obras ingenieras que nos protegían de eventuales bombardeos. El volcán de San Salvador era un teatro totalmente diferente y sin ninguna obra ingeniera, en donde tradicionalmente operábamos pequeñas unidades de gran movilidad, y con rutas logísticas seguras.


El día 28 de noviembre, a las 5:00 de la tarde, nuestro ejército de más de 400 combatientes, entre hombres y mujeres, inició una larga marcha de cerca de 12 horas, para atacar la Col. Escalón, en San Salvador, a donde llegamos a las 5:00 de la mañana. Empezamos a combatir una hora después. Luego de ocupar durante un día áreas de esa colonia nos retiramos y los combates cesaron. La operación nos costó la muerte de Damián y de Manuela e iniciamos una guerra de movimientos en el volcán.


El enemigo elaboró una estrategia consistente en buscar el choque y el contacto con nuestras unidades para ubicar nuestras posiciones y luego usar los medios aéreos, y por supuesto que esto nos ponía en peligro, aunque en los combates sostenidos nunca nos produjeron ninguna baja fatal, pero esa situación se prolongó hasta el 12 de diciembre.
El 11 de diciembre ordenamos a nuestras unidades preparar obras ingenieras con todo lo que se tuviera a la mano, hasta con tenedores y cuchillos, con palos duros y con piedras. En las últimas horas de la tarde movimos el hospital hacia el Cerro de Guazapa y parte pequeña de la fuerza se movió con médicos, enfermeras y heridos. En realidad, habíamos decidido movernos el 12 de diciembre, pero preveíamos la inminencia de un ataque fuerte del enemigo sobre nuestras fuerzas.


En efecto, a la altura de las 9:30 de la mañana, cuando los rayos del sol espejeaban sobre las hojas brillantes de los cafetales, un rápido choque con unidades de las FPL arriba de nuestras posiciones, fue la señal para que se desencadenara el mayor ataque aéreo que habíamos visto en muchos años y bandadas de helicópteros y de aviones atacaron nuestras posiciones. Los cohetes de los helicópteros derribaban los arboles, mientras las ametralladoras parecían zurcir con sus balas un tejido de muerte que cruzaran nuestras líneas, pero a esas alturas, cada combatiente tenía una pequeña trinchera y un refugio donde protegerse. Las bombas de 500 libras nos sepultaban de tierra y polvo, y todo parecía una especie de ataque victorioso que terminaría con la fuerza guerrillera. Los aviones se elevaban, regresaban, atacaban y volvían a atacar y los helicópteros se turnaban para vaciar su ametralladoras eléctricas, tronchando las ramas de café, hiriendo a arboles vigorosos de los cafetales. El humo de las bombas se movía como animal vengativo por nuestra posición, mientras entre una y otra oleada del ataque, pequeñas unidades nos alejábamos lenta y seguramente de ese teatro de operaciones. El ataque furioso cesó de la misma manera que empezó y un silencio de acero se instaló sobre los cafetales, y el humo y el polvo se fue disipando lentamente y nos dedicamos, de manera rápida, a hacer el recuento de los daños.


La radio operativa del mando empezó a recibir la información de los daños y ese 12 de diciembre de 1989 no tuvimos ni un tan solo herido y mucho menos ninguna baja mortal, y casi de inmediato, la fuerza intacta se reagrupó, y en el mayor del sigilo y del orden, empezamos a movernos, y al medio día almorzamos con frijoles y tortillas recién cocinados. Y aprovisionados de agua nos retiramos a las 4:00 de la tarde hacia el Guazapa invencible. Y la guerra siguió.


No hay comentarios:

Publicar un comentario